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Es ecosistema de innovación sólo si crea riqueza a la sociedad



  • Un ecosistema de innovación solo es real si existe una colaboración proactiva con un propósito claro y común, donde los principales stakeholders cooperan de forma consistente y contundente para crear riqueza, a través de la innovación, poniendo en el centro al emprendedor.

Los conceptos reales de innovación y transformación digital se han tanto banalizado, como generalizado, confundiéndolos con la digitalización o con el marketing novedoso, independientemente de sus resultados. Esto ocurre cuando se miden los inputs, olvidando los outputs. Lo mismo está pasando con la moda de los “ecosistemas de innovación”.

 

El lado positivo de las modas es que suelen ser aspiracionales: en este caso, todos queremos innovar y ser reconocidos como “innovadores”. El núcleo de la cuestión es si lo que llamamos ”innovación” crea riqueza sistémica a las empresas, a las personas, a la región, a toda la cadena de valor y a la sociedad en general….o no.

 

Evitemos el “innovation washing”, tanto cuanto el “green washing”

 

Un ecosistema de innovación solo es real si existe una colaboración proactiva con un propósito claro y común, donde los principales stakeholders cooperan de forma consistente y contundente para crear riqueza, a través de la innovación, poniendo en el centro al emprendedor.


El MIT (Massachussets Institute of Technology), después de analizar el éxito y fracaso de varios ejemplos en el mundo, lo definen de una forma muy sencilla: Solo existe un ecosistema de innovación como el de Israel, el de Silicon Valley o el recientemente de Austin, cuando Corporativos, Gobiernos, Universidades, Inversionistas y Emprendedores colaboran, sincronizados, en la misma dirección. Cuando uno de ellos falla, es como una mesa con menos patas de las que necesita para servir a su propósito: se cae todo lo que apoyes encima de ella. Durante el siglo XX, se hablaba de la Triple Hélice (Universidades, Empresas y Gobierno). Con esta experiencia, en el siglo XXI queda demostrado que para innovar con resultados de impacto, se necesita incluir también a los Inversionistas y a los Emprendedores. Sino, tenemos una mesa “coja”.


Un ecosistema real de innovación necesita que el talento de las universidades, donde los estudiantes, profesores e investigadores son capacitados orientados al pensamiento crítico, a la capacidad de transformar lo intangible en tangible, dentro de una cultura donde el fracaso solo es un paso de aprendizaje hacia el éxito. Sin la colaboración de los demás stakeholders, este talento se frustrará y buscará nuevos entornos que valoren mejor su aportación.


Un ecosistema real de innovación necesita a las corporaciones interactuando con los emprendedores, tanto para acelerar su propia innovación como para contribuir al crecimiento de las startups, siendo sus clientes o aliados. Pero también deben colaborar con las universidades premiando el mejor talento con su contratación y con proyectos retadores e invirtiendo en sus investigaciones. 


Un ejemplo contundente de contribución de las corporaciones al ecosistema es la iniciativa de Vector Casa de Bolsa sobre su premio global Objetivo fintech. Un premio que está permitiendo crear un ecosistema de innovación abierta entre Vector y las mejores Fintechs del mundo para crear alianzas digitales. Un modelo en el que todos ganan: la empresa puede acelerar su innovación, la Fintech puede llegar a nuevos mercados, los inversionistas tienen visibilidad de nuevas oportunidades y, por supuesto, sus clientes tendrán acceso a los mejores productos y servicios.


Un ecosistema de innovación también necesita a los gobiernos como facilitadores y tractores del talento, de la inversión en innovación, creando leyes que premien la colaboración entre los stakeholders y definiendo bien los sectores estratégicos para ser innovadores. Un buen ejemplo es el estado de Massachussets, tradicionalmente un estado fuerte en el sector educativo. Para diferenciarse de California, teniendo a su disposición una región con la mayor densidad de talento del país, decidieron incentivar sectores diferenciados y vanguardistas, como biotech, cleantech y datatech (entre otros) , convirtiéndolo en una de las regiones más punteras del mundo, facilitando la atracción de la inversión y de empresas innovadoras. Un conocido resultado de esto es Moderna, una de las creadoras de la vacuna COVID-19 (ARNm-1273), que ha salvado millones de vidas, batiendo récord histórico de plazos.


Pero nada sería posible sin los inversionistas que apoyen el crecimiento y supervivencia de los emprendedores. Cuando un emprendedor arranca su propia empresa con una solución innovadora, necesita gasolina para hacerla realidad y para escalarla en diferentes mercados.


En el centro, debemos posicionar al emprendedor (o intraemprendedor), al valiente, al transformador, al que sabe que remará contracorriente y eso, justamente eso, le motiva. El innovador debe rodearse de profesionales complementarios para lograr su objetivo,  necesita a las corporaciones como socios o como clientes para llegar a nuevos mercados, al gobierno con leyes impulsoras para su largo y duro trayecto, a las universidades como aliadas en diferentes ámbitos y, por supuesto a los inversionistas. Si no apoyamos a los valientes responsables, tendremos una sociedad de conformistas, con aquellos que esperan que otros resuelvan sus desafíos.


Una barrera de coral no alberga vida sin que varios factores estén presentes, creando las condiciones óptimas para la diversidad. Lo mismo pasa con los ecosistemas de innovación: si los cinco stakeholders no interactúan con el mismo objetivo, no obtendremos un impacto real. No será un ecosistema, sino iniciativas aisladas o paralelas, sin puntos de intersección.


Todos consideramos a los ecosistemas de innovación de Israel y de Silicon Valley, como sobresalientes, inspiradores y también aspiracionales. Reconocemos que han transformado a sus regiones y que han logrado un impacto global positivo, con sus defectos y virtudes.  Ellos existen gracias a que sus stakeholders colaboraron y siguen trabajando en la misma dirección. Admirarlos y no seguir su ejemplo es como admirar el jardín del vecino y no fertilizar ni trabajar en el nuestro como él lo hace. Los resultados son fruto del trabajo arduo, estratégico, inteligente y consistente. 


Entonces, no banalicemos, ni generalicemos. Si llamamos “ecosistema de innovación” a algo que no tiene un impacto real en la creación de riqueza en la sociedad, seamos conscientes:  no es un ecosistema. Porque la innovación real se mide con la riqueza (tangible e intangible) que se crea, no solo por el deseo de innovar. Y, si realmente lo deseamos, pongámonos manos a la obra. La receta ya existe y es conocida.

 

 

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